Soledad y Santo Entierro
Fotos y texto: Luis Rossi
Hacía como unos quince años que ‘la Guapa’ abandonaba la
parroquia del Santo Patrón de Barbate. La meteorología quiso que el pasado año
no se pudiera dar un hecho que, a buen seguro, quedará en las retinas de los
que allí estuvieron, una noche de Viernes Santo, con el Amor y la Paz de
cicerones. Un Viernes Santo que ha dejado de ser ese día de pasada para
convertirse con los años en un punto clave más para la evolución de la Semana
Santa barbateña. Para entender esto hay que remitirse a lo visto este año y
resumirlo en tres aciertos.
Tras los actos protocolarios, con entrega de veneras incluidas
para varios costaleros de la Asociación de Cargaores del Santo Entierro, así
como para el capataz de la cuadrilla de la Peña Costaleros Nazarenos que se
estrenaba, Antonio González, se procedió a formar el cortejo. Un cortejo sobrio
y quizás sin muchos hermanos de hábito, una pena puesta que esta hermandad
merece mucho más a tenor del trabajo llevado a cabo. No obstante, hay muchos detalles dignos de elogiar. Caso de
los muñidores, en este caso en femenino, que fueron abriendo paso por las
calles llamando la atención con un toque de campana seco, anunciando la muerte.
Primer acierto.
Comentaba las semanas previas el Hermano Mayor que no sabía
cómo iba a caer la incorporación de la capilla vocal para acompañar a la Virgen
y en momentos puntuales a Cristo Yacente. Entendemos que sus dudas ya se han
disipado. Segundo acierto. Y es que la música sacra oída de una forma original
a la que hasta ahora se ha escuchado, normalmente instrumental, le ha dado otro
giro al asunto. Si bien se echa de menos la Banda para la Soledad, esto lo
suple, al menos hasta que sea posible. Lo suple con creces además, a pesar de
que la gente no respete el silencio que se debe crear, para dejarte llevar por
la pasión musical que desprendían los tonos del cuarteto María Mater Deus.
Incluso cuando al Santo Entierro se le oraba. Algo que recuerda aquellas
primeras procesiones donde los fieles acompañaban a Cristo en el sepelio con
cánticos de contriciones.
Tras el solemne paso por carrera oficial, que al igual que
comentábamos con la Cofradía del Amor, también se podría imaginar en este caso
con respecto a la oscuridad y el apagado de luminaria, el silencio no imperó como
debiera al paso de la comitiva fúnebre. En la mayoría de los casos por el
público expectante, en algún que otro caso por las propias cuadrillas. Quizás
algo más experimentada la cuadrilla de la peña nazarena, a pesar de los
cambios, que mantuvo en todo momento un recto paso, con orden y disciplina. La
cuadrilla del Santo Entierro, prácticamente de estreno como costaleros –ya que
el año pasado casi ni les dio tiempo por la lluvia- bien en líneas generales
aunque se le nota la inexperiencia, máxime cuando tuvieron que enfrentarse al momento
de más incertidumbre en San Paulino. Con todo, demostraron su buen hacer.
Llegamos al momento cumbre de la noche y quizás uno de los
más bellos de la Semana Santa. Como apuntábamos al inicio de esta crónica,
pasaban ya muchos años desde el traslado de sede canónica de esta Hermandad y
se hizo un acto de lo más solemne, que llenó de escalofríos a los que se
congregaron en el templo de San Paulino. Una iglesia que, cual seo o catedral, abría sus
puertas para realizar una estación de penitencia en su oscuro interior,
alumbrado sólo con velas y ante la imponente presencia del Cristo del Amor y
María Santísima de la Paz. Fueron unos instantes al son de la capilla vocal y unas
palabras del párroco Tomás Díaz, pero fue el tiempo justo para recordar vivencias,
momentos, lugares y rincones de un templo y de unos fieles que sacaban, cada Viernes
Santo, el Santo Entierro.
Este momento no fue completo debido a la
incertidumbre en la cruz a la que da la espalda la Soledad. Una cruz al que le
costó entrar por el dintel, tras achicar el armazón del paso con unas patas preparadas para
la ocasión, incluso con la ayuda del antiguo Hermano Mayor colaborando con la
cuadrilla. Algo que pasó también en la salida por la puerta principal de la
iglesia, donde el esfuerzo de los costaleros fue titánico. Digno de admirar.
Pero merecía la pena vivir esos momentos de recogimiento.
Tras todos estos instantes de tensión, todavía quedaba la
subida de la cuesta de San Paulino y la recogida. Bien en el tramo final de una
noche fría y algo desangelada por San José. Menos público de lo habitual, pero
algo más respetuoso. La Guapa, hermosamente vestida, decía adiós sin
precipitación alguna y cerraba una noche histórica para una Hermandad que ha
encontrado el camino a seguir, donde se puede decir que la solemnidad y el buen
gusto impera ya en la noche del Viernes Santo.
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