Las lágrimas del cielo quisieron aguantar para no enturbiar
el esfuerzo de un grupo que de luto es la esencia pura de la fe. Eso debió
pensar algún hermano o hermana al cerrar las puertas del templo josefino el
pasado Viernes Santo, tras la sobriedad de una estación de penitencia basada en
la pureza del dolor por la muerte de Cristo.
No sería la primera vez que la Soledad sufre los avatares de
las inclemencias meteorológicas, por ello, toda preocupación y preocupación era
poca. Así las cosas, la Junta de Gobierno de la Hermandad soleana quiso
reunirse en varias ocasiones con motivo de urgencia, antes de tomar una decisión
en firme. La segunda, porque la primera ya se había tomado, el recorrido
alternativo era innegociable. Algo más corto, pero más necesario.
Se eliminó la
visita a San Paulino y la Carrera Oficial, que en estos casos es lo de menos,
lo importante era preservar el patrimonio, en primera instancia, y hacer
estación aunque fuera por menos calles.
La decisión tomada, valiente, se anunció cuando se cumplía
la hora establecida para salir. Pese a que unos minutos antes el cielo había
dado un aviso, la gente no quiso perderse la salida y continuaba esperando en
la plaza Basilio Valencia.
Entonces comenzaron los actos protocolarios que, tras la
bendición de medallas e imposición de veneras a varios cargadores, se procedió
a las primeras levantadas de los pasos. El de Cristo lo pudo realizar Diego
López Barrera, antiguo alcalde y valedor de la hermandad. De igual forma,
aunque de una menara representativa, se realizó la levantada de la Soledad como
muestra de afecto y ánimo por Sebastián Bernal Malia, Chan, que se halla
hospitalizado. Después de la lectura litúrgica, se abrieron las puertas del
templo josefino.
El paso de Cristo, con una talla de Luis González Rey que
cada vez está tomando mayor valor si cabe por parte del mundo cofrade, fue
encaminándose hacia la puerta. Parecía mentira que fuera cierto, puesto que
hasta esa misma tarde no se tenía la certeza de cómo iba a ser portado. Y es
que tras la pérdida de cuadrilla, la hermandad, junto con el Consejo Oficial ,
realizaron un llamamiento a cargadores y costaleros. El éxito fue rotundo y más
de medio centenar de personas aportaron su grano de arena. La cuadrilla “de la
Hermandad”, en el sentido más amplio del término, daba un ejemplo al mundo
cofrade.
Una vez el sepelio fuera, le tocaba el turno a –conocida cariñosamente-
la Guapa. Y ella estaba exultante con un atuendo de luto y oro que dejaba entrever
la rigurosidad del momento y la grandeza de una reina. Como nota curiosa, en la
estatuilla de San José, un guiño a la Patrona de Barbate con su escapulario
colgado del cuello del niño Jesús.
Guiada por su cuadrilla de costaleros, con Arturo Cepero y
José María Benítez en el equipo de capatacía, fue caminando mostrando al mundo
su dolor y su manto. Pasos tranquilos y pausados, levantadas sin prisas.
Solitarias mecías para caminar con certeza por la vida, cuando llegaba la
muerte.
Miradas al cielo, viento fresco en los cruces de calles y
avenidas, más rápido pero sin perder el orden. Tranquilos, sin detener la
misión que ya estaba cumplida. El féretro entraba sin solución de continuidad
al templo, escoltado por sus ángeles tétricos y por cuatro hachones apagados
por el viento.
Igual que la candelería de la Madre, que no le hace falta
brillo algunos para iluminar su cara, fue despidiendo con la capilla vocal en
el patio de la parroquia. Silencio y despacio para su sueño. Cuando todo acaba,
todo empieza. Cuando no hay más, solo queda la Soledad.
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