La solemnidad no es algo que solo se vea por fuera, también hay que saber
llevarla por dentro. Esto debió pensar algún hermano del Amor tras el recorrido
realizado en la pasada madrugada por su cortejo.
Fotos: Juan Daza
La noche apretaba, algo de frío, pero las previsiones de
lluvia eran amenazadoras. Solución, más fluidez al caminar. La Cofradía del
Amor si algo tiene es presencia en la calle. Sus penitentes conocen a lo que
van y sus cargadores conocen bien el oficio. Ha costado asimilarlo y que muchos
lo asimilen, pero la realidad es palpable. Cristo y María van como se merecen.
Pasaban ya varios minutos de la madrugada del Viernes Santo
cuando se empezaba a formar el cortejo por San Paulino. Otro año más el
Nazareno y la Dolorosa no estaban resguardados ya en el templo y esto hace que
sea más aliviado la formación del cortejo, pero también más frenética. Todo
debe estar en su sitio para la procesión que en paralelo iba por la avenida de
la Mar.
Entre los actos protocolarios, amén del recordatorio de las
reglas, imposiciones de medallas para los dos policías nacionales que
acompañaban al cortejo, Juan Virués y Antonio González, así como a Carmen
González, colaboradora del taller de bordados que este año se ha puesto en
marcha por parte de la cofradía.
El recuerdo a los que nunca se fueron también estuvo patente
con cuatro levantadas en honor a cuatro hermanos durante todo el recorrido. En
el mismo templo al que fuera también capataz del paso Luis Bernal, fenecido el
pasado año, a Antonio Duarte, Diego Varo y a Antonio Muñoz ‘Pana’ en la puerta
de San Paulino antes de la recogida.
Ya en la calle, la Cofradía mostró saber estar por la
avenida de la mar mientras recuperaba la compostura tras los primeros pasos por
la plaza de la Inmaculada. Un cortejo de penitencia dividida en dos, con el
cuerpo de representación de las distintas hermandades en medio. Una inteligente
medida para los hermanos que desean estar más próximos a su Cristo y a su
Virgen.
María iba ataviada con una sobresaliente saya de color
negro, pero que estrenaba un bordado realizado por el anteriormente citado
taller y bajo diseño del vestidor Eusebio Romero. La elegancia no va reñida con
la sobriedad, por ello, mientras el luto destaca sobremanera en su manto,
María, con su mirada alzada, va pidiendo Paz.
Como es habitual, en San José ya esperaba la otra hermandad
de luto para protagonizar momentos de pasión verdadera, fundiéndose ambas en
una sola entidad durante el Viernes Santo.
En la puerta, como simbolizando el descendimiento de la cruz, que se alzaba al inicio de la noche, se fue cayendo el Amor con la ayuda de parte de la cuerda de vientos de la Municipal.
La luz se apagaba y los cuerpos dormían. Las miradas, los sueños y el tiempo que se vencía. Una cofradía que vuelve a su sobriedad más pura, resultado de un buen trabajo tanto de dentro como fuera. Solemne y puro. Patentando una vez más el eco del último mandamiento, donde la Paz es el triunfo del Amor.
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